miércoles, 27 de marzo de 2013

No estoy loca

Las personas se alejan de mí y me evitan. Con sus miradas de reojo me acusan de estar loca, de estar mal, y no lo estoy. Es que ellos no entienden con lo que he tenido que cargar, ellos no comprenden la seriedad de mi situación... Si tan sólo me escucharan se darían cuenta... se darían cuenta de que quizá estoy algo peor que loca.

Pero no es mi culpa. Nunca he pensado que haya sido mía... Ni siquiera aquella vez.

Siempre he estado sola y he sido solitaria. Lloraba en los baños de la escuela hasta que me acostumbré a ser la marginada, la solitaria, y entonces disfrutaba de mi almuerzo en los cubículos del baño en paz. Yo tenía mi propio cubículo, todas ahí lo sabían, y cuando se cansaron de molestarme entonces allí encontré refugio. Casi como una cuevita. A mis compañeras de clases siempre las observaba, las estudiaba, me aprendía sus hábitos y sus costumbres, y yo las conocía mejor de lo que ellas mismas creían. ¿Creen que no es normal? ¿Creen que es espeluznante? No, aún no llego a esa parte, pero paciencia, que viene realmente pronto.

Candice. Era ella. Era muy popular, era muy prepotente, era muy odiosa. Era ella quien me molestaba siempre que me veía, aunque no es que hiciera mucho para verme, tampoco. Su burla hacia mí era única y, de todas las que solía recibir, era la que más me enojaba. Mi madre había muerto cuando yo era pequeña; la asesinaron delante de mí cortándole la garganta y luego desmembrándola antes de que acabara de morir. Yo me salvé de milagro, pero creo que ahora preferiría no haberlo conseguido. Ella, antes de eso, siempre peinaba mi cabello con dos hermosas trenzas que me caían a los lados de la cara como orejas de sabueso, y a mí me gustaba batirlas y sentirlas azotarme el rostro, porque entonces podía pensar que ella estaba allí conmigo... Pero Candice no pensaba igual. Ella decía que eran sosas, horribles y de mocosa idiota; siempre que me decía eso me podía pasar más horas en mi cubículo, llorando. Sus burlas fueron algo constante desde que nos conocimos en primero, y ahora estábamos por ingresar a la preparatoria.

Ella no había cambiado, y yo tampoco.

Candice, y de eso me acuerdo bien, tenía un largo y hermoso cabello rubio que le llegaba casi a las rodillas y que ella exhibía suelto con mucho orgullo, siempre. Yo en mis fantasías más secretas me imaginaba tomando su cabello y cortándolo con una tijera y luego haciéndoselo tragar hasta que se asfixiara y muriera... y esa maldita boca no volviera a decir nada malo de mis trenzas. 

Era así, en general, que pasaba los últimos meses de mi último año de primaria: imaginando cosas horribles sobre Candice y su largo cabello rubio, fantaseando con convertir su orgullo en su muerte... En una muerte horripilante, desgraciada. Pero claro, sólo eran cosas que pasaban en mi mente, y en ocasiones me sentía mal por estar pensando así.

Una tarde, después de comer, esperé como siempre a que las chicas salieran del baño para poder hacerlo yo y dirigirme a mi clase; por ese tiempo los profesores ya se habían acostumbrado a mí y mis "actitudes extrañas", por lo que no me amonestaban por llegar algunos minutos retrasada. Salí de mi cubículo creyéndome sola, y al alzar la mirada Candice me ignoraba olímpicamente frente al espejo, tonteando con su estúpido cabello rubio como solía hacer. Me llevé las manos a mis trenzas sólo como hábito nervioso, y fue allí que ella giró sus ojos de víbora en mi dirección y comenzó con su veneno habitual.

"Pareces una burra con esas cosas a los lados de tu cara. Ésas trenzas horribles podrían ser riendas decentes para una yegua. No sé qué diablos pensaba tu madre cuando te hacía esas cosas asquerosas y creía que estaban bien; más aun no entiendo por qué las sigues usando, si ella ya está muerta y no las ve"

Y para antes de darme cuenta la había golpeado tan fuerte en la cara que la tomé por sorpresa y la hice caer al suelo. Candice se sostenía la cara sangrante y la nariz magullada. Yo me miré al espejo, pero no pude ver mi reflejo, sólo su sangre en mi mano... Se sentía bien, era viscosa y cálida, olía a hierro y... no lo sé, pero tenía que sacarle más. 

Me abalancé sobre ella. La golpeé en la cara y mientras más sangre salía más fuerte le daba. Ella me pateaba, se retorcía, intentaba liberarse, pero yo era más alta y la pude someter. Luego su cabello también se tiñó de rojo, como nuestros uniformes, pieles y el suelo... y me detuve un segundo. Ese cabello. Ese cabello amarillo, largo y hermoso. Ese cabello que se burlaba del mío como su dueña lo hacía de mí...

Ese cabello sería su perdición.

Lo tomé y lo dividí en dos, cruzándolo sobre su cuello, y luego giré a Candice para volver a cruzar sus mechones dorados en la nuca... Y apreté. Halé. Sostuve. Y luego volví a apretar. Las pataletas y los movimientos se detuvieron abruptamente; anudé el cabello en su sitio con fuerza y revisé a Candice.

Estaba pálida, con los ojos abiertos de par en par y como a poco de explotar. Estaba fría. Estaba muerta.

Al darme cuenta de lo que había hecho sólo pude entrar en un apacible y silencioso pánico, que al final me llevó a huir aunque no antes de cortar un mechón de ese largo cabello dorado para quedármelo como recuerdo, y mientras corría sin saber muy bien adónde sólo pude pensar "ahora sí va a lucir bonito tu cabello, Candice, cuando los gusanos se lo coman".

Éste es sólo uno de los pequeños episiodios trágicos que pueblan mi vida, y la verdad es que, quizá, de todos no es el más espeluznante. Tal vez sí, no estoy segura pues depende de cada uno de ustedes. En cuanto a mí, las personas suelen mencionarme y llamarme "la loca", "la loca psicótica", "la pobre loca desalmada"... Muchas cosas con "loca" en ellas, pero yo sólo os digo esto: !NO ESTOY LOCA, LOS LOCOS SON USTEDES! ¿Y saben por qué? Porque están aquí, escuchando mis historia narrada por mis propios labios, viéndome quizá en un lamentable estado de alteración y monotonía... Y yo... llevo muerta más de diez años.

Los locos, son ustedes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario